Colab. Por Carlos Hernández.
Regálame un pedacito de tu alma y déjame guardarla en donde se supone que debería estar la mía.
Ahí será una flor en medio de un holocausto nuclear, un símbolo de esperanza para los que perdieron la guerra, el único objeto colorido entre el gris industrial de las ciudades resaltando como una sonrisa en la cara de un huérfano en Siria; será el pretexto perfecto para tener modales, aprender a bailar, disfrutar de un paisaje y tolerar a mi prójimo, un cambio tan pequeño pero necesario para desencadenar la clase de revolución que mejore el mundo para tí como agradecimiento por ofrecerle paz a un cerebro lleno de caos.
No sé que esté sucediendo en el paraíso pero me alegra que se esté cayendo a pedazos, de lo contrario ese fragmento de cielo jamás habría caído en el abismo donde la oscuridad del gusano reina entre ratas. Una luz tan intensa que casi quema mis corneas y un sonido tan bello que casi desgarra mi piel. Juro ver a Vivaldi tocando tus cuerdas vocales cuando hablas, escuchar a Beethoven cuando lloras y ver pintar a Van Gogh cuando ríes.
Tantos talentos en un solo cuerpo, tanta dulzura en una sola mirada, tanto sosiego en una caricia... tanto de todo que se me olvida que eres humana, con defectos y virtudes no tan "atractiva" a la vista de otros... Pero eso no importa para mí, pues estoy más que consciente de que el arte no es comprendido por todos.
Te quiero con todas mis tripas, tanto que podría vomitar mis entrañas, te quiero con todo y tus melancolías, tanto que te quiero hacer olvidarlas, te quiero con toda mi tinta, tanto que podría escribirte cientos de cartas, te quiero con toda tu sonrisa, tanto que quiero darte una vida de carcajadas, te quiero... simplemente te quiero pequeña, eres lo primero que quiero después de haberme perdido por tanto en la nada.
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