En nuestro jardín de las palabras






Me bastaba con tenerle a mi lado. 

Un mes pasa rápido, pero es justo lo exacto para sentirme triste sin su presencia. Un mes pasa y ya quiero inventar otro mundo en donde poder verle. Extrañarle ya no se me hacía una opción.
Así que le invité a nuestro lugar. A nuestro jardín. 



Tranquilidad, naturaleza, los dos, y todas esas cosas que a los dos nos gustan. El lugar perfecto para hablar, para reír, para soñar despiertos, para vernos, para admirar cada una de las miradas. Los árboles, el tranquilo lago, las conversaciones de las aves, nuestras conversaciones: a veces intelectuales a veces de tonterías, pero siempre hablamos de algo. 

Silencios. También hablamos en silencio, tratando de leer nuestras mentes, tratando de escuchar solo a los árboles.  

Y luego de un radiante sol, la lluvia intenta invadirnos, pero no nos preocupa. Nos tenemos uno al otro. Y una sombrilla, por supuesto. 

¿Y qué si llueve? ya estábamos allí. No daríamos marcha atrás. El recorrido valía la pena como para huir por la lluvia. Me atrevo a hablar por los dos cuando digo que la pasamos bien siempre que estamos juntos allí, en nuestro jardín. 



Con o sin lluvia la felicidad recorre mis venas, estaba observando su sonrisa, sus ojos que se pierden con el lago, sus labios que me llaman sin decir nada. 

La puesta de sol, casi hora de partir, el momento menos esperado. Nadie quiere marcharse, un rato más sería lo preciso. El último abrazo de la tarde, fuerte, sin dejarle ir, exclamando un rato más para disfrutar de sus brazos, de sus dulces abrazos. Un rato más, para disfrutar de sus labios, de sus besos que recorren mi boca, mis ojos, mi rostro...



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