Tres de azúcar, por favor.

Hace frío.
No puedo dormir.
Y esa voz, esa voz que no deja de hablarme en las noches de insomnio.
Esa voz que es calma cuando soy tormenta. Que me ayuda a respirar cuando deseo escapar.
Esa voz que me recomienda una taza de café para conversar.
Y lo preparo. Y nos sentamos.
Nuestras habilidades con las tazas se han vuelto costumbre y solo tres cucharas de azúcar son la perfección para una buena taza de café.
Pero no olvido la conversación pendiente, y me habla: con tranquilidad me cuestiona, con tranquilidad me acusa de horas llenas de insomnio.
Solo quiero mi café. Ya no quiero mas cuestiones. 

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