Habrá que buscarle nombre a los días en los que no se hace nada de lo que se tiene planeado; incompletos no me parecen. Se siente un estado de culpa, ligero, que básicamente te come el estómago y quedas destrozado como si ese fuera el único, tu único órgano.
Y esos días en los que uno desaparece pero que en verdad siempre estamos ahí, en silencio, con los ojos muy abiertos, en espera de algo que no llega y que tampoco salimos a buscar.
Los días en los que queremos entregar todo en cajas y abandonar la partida con bandera blanca. Días de rendición. Rendición ante un múltiple público que ve en directo tus fallos.
No son días malos pero tampoco días buenos. Nos dejan vacíos internos, pensamientos bruscos y palabras absurdas que no caben en un subconsciente lleno de fantasías, utopías y películas.
La energía de hace años no es la misma, ya está desgastada. Se encoje si tiene que pensar y explota en cualquier mínimo intento de acción. Estamos vivos pero con fatiga, que a la larga,no hay mucha diferencia entre ser o no ser, ser o estar, muerto o en vida con fatiga.
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